miércoles, 5 de enero de 2011

Seducir al azar

Salir a la calle con un paraguas no es un acto de prevención, es un acto de provocación. Es decir a la lluvia "ven, si te atreves".

Hacer espacio para tu ropa en los cajones. Provisionarme de cosas que te guste desayunar. Hablar largamente de tu presencia a las gatas para que se acostumbren a ti, para que les hagas falta.

Al destilar whisky, como parte del proceso, los niveles del bidón se reducen debido a la evaporación de los primeros alcoholes. A esto, los destiladores de whisky escocés dan el nombre de "la porción del ángel". Me adecúo a este azar, por ejemplo, bebiendo mi taza de café y bebiendo seguidamente la que sería para ti.

Levantarme a la hora que meditas y meditar contigo desde acá. Este canto de la respiración, esta fuga de la conciencia donde ni siquiera tú puedes existir es el lugar más sencillo donde podemos habitar: desprendidos del yo, casi sin amor incluso para que nada nos estorbe. Libres.

Ocupar estrictamente el lado de la cama que tú no ocuparías si estuvieras. Levantarme de noche, insomne, acostumbrando mis movimientos a la presión necesaria para no despertarte, cuando duermas aquí.

El santo carece de fe. No la necesita. Sabe que su dios está en todas partes así, con más fuerza que un teorema. Yo te veo ya, humana, absolutamente humana atravesando las habitaciones y las calles hechas para el ejercicio de atravesarlas contigo; el borde de las tazas, los picaportes, las llaves de agua con su ciega prevención de objetos sugiriendo ya tus manos.

Mi boca esperando --animal invernal-- la vuelta de tu boca solar para instalarse en ella. Ver ya los heraldos verdes de tu presencia incluso en las cosas más nimias, en los semáforos por ejemplo tanto como en los árboles que bailan con el viento sin necesidad de verlo.

Con justicia, darte lo que ya te pertenece aunque sea in absentia, para cuando decidas --palabra mágica-- venir a tomarlo.

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