domingo, 25 de marzo de 2012

Salvador Elizondo y la axiomática del sueño

"Nosotros, que pertenecemos a la historia, soñamos legendariamente. Nuestras imágenes oníricas son desciframientos automáticos de paleografías insospechadas cuyo significado se ajusta a una lógica de silogismos invertidos: nos es dada la conclusión a partir de la cual, mediante la técnica del sueño, habremos de encontrar las premisas."

["Los continentes del sueño", en Cuaderno de escritura.]

sábado, 24 de marzo de 2012

Al final no hay nada

[Transcripción de un apunte del 29 de noviembre de 2011.]

Una noble pretensión de la escritura, a mi parecer, es la posibilidad de decir lo que otro no se atreve, pero que, al leerlo, hace suyo. Ese es el sentido de la cita; dice Wallace Stevens en la introducción a Sur plusieurs beaux sujects que al citar no convocamos la autoridad o el sentido de lo citado en nuestro favor, sino que es, por decirlo así, como si asumiéramos la identidad no de esa autoridad sino del sentido de esa cita. En dos palabras, al citar, somos nosotros quienes dicen lo citado.
¿Y si lleváramos esta posibilidad un paso más allá y delegáramos en la lectura la posibilidad de decirnos a nosotros mismos, es decir, de expresar por nosotros esa noción escurridiza de identidad? Se me ocurrió esto con las lecturas de esta mañana. Releo mi sucio ejemplar de La comunidad que viene de Giorgio Agamben, cuajado de papelitos como piñata navideña, además de The possibility of an island de Michel Houellebecq que me prestó Manchitas, libros ambos que dan cuenta de algo así como un estado mental que me atraviesa en estos momentos; un estado que, para nombrar por sus efectos más visibles, llamaré de la posguerra.
Disfruto de Agamben especialmente  su presentación de la condición irreparable del mundo, extraída formalmente de la escolástica medieval, según la cuál se investiga la condición de la naturaleza y las creaturas el día posterior al juicio final (post iudici.) Es irreparable no por una imposibilidad de reparación, de volver a un estadio previo en una lógica del funcionamiento, sino porque no admite reparo posible --un estado fronterizo con la destrucción en sus rasgos formales, en lo definitivo que es como el carácter con que la destrucción se presenta. En una palabra: que es como es, pues el mundo después del juicio ha perdido su finalidad de guiar al hombre imperfecto en la via de la salvación. Los salvados son salvos y los condenados, condenados, si he entendido correctamente. Una imagen en otro capítulo lo resume maravillosamente: ese mundo es como las cartas sin destinatario, es decir, que han sido escritas para nadie.
Por su parte, esta novelita de Houellebecq es narrada por un desencantado y sobreeducado comediante. Las partes donde narra la irrupción de Esther, una belleza veinteañera que se le entrega casi como una última promesa de la vida (tiene cincuenta y tantos, el narrador), pero en cuya belleza se devasta: no se trata de una crítica a su estilo de vida, a su baile frenético, a la justificación de un comportamiento lascivo por el uso de drogas o alcohol, sino, simplemente, a la irreparable distancia que lo separa de ese mundo que ella representa y todos sus tópicos: el sexo como virtud de la juventud, el envejecimiento del cuerpo visto desde una mente que nunca se llevó bien con el envejecimiento, etc. Según mi parecer, la belleza encarna mejor que nada esa condición irreparable, en el sentido de algo que no puede ser de otro modo sino del que es: la belleza es devastadora, es amoral: es. Uno queda expuesto en un doble sentido al aparecer de la belleza; por un lado, la belleza exige toda nuestra atención al exponerse frente a nosotros. Se expone porque no la propiciamos; no se trata formalmente de la belleza como la consecuencia de la acción de un sujeto (aristotélicamente, del paso de la potencia al acto), sino que potencia y acto son indistinguibles. (Estoy analizando rápidamente y haciendo grandes elipses; sobre todo, estoy jugando.) Esta primera condición de la belleza es aletheia, es decir, es ser en su aparecer, en su ser evidente al aparecer. Por otro lado, la segunda condición de la belleza es que nos expondría a nosotros mismos o al sujeto, que seríamos nosotros mismos lo expuesto frente a nosotros, un factor de lo expresado. Pienso en esta segunda acepción de exposición como un desnudar o revelar.
No me seduce pensarlo platónicamente como que la belleza revelaría en nosotros la idea de la belleza que siempre estuvo ahí, o que en todo caso la confirmaría. No: nos expone en el sentido en que nos quita una capa de piel, nos deja expuestos; la belleza nos despelleja vivos, nos deja hechos un cuajo sangriento. De este proceso brutal, claro, la belleza no puede hacerse responsable. Tal vez la tercera condición de la belleza sería su ser como ser indiferente. Habría que pensar, claro, si la belleza es un universal o un particular, etc., línea que me da un poco de pereza por ahora. Lo que me revela este devaneo, por lo pronto, es que al pensar la belleza le he dado atributos de mujer, o que la he identificado claramente con una mujer.
[Un buen amigo mío], por ejemplo, nunca se repuso de la belleza de su mujer, de la que lo dejó hace tiempo. Era demasiado bella; tan bella que lo sigue siendo, que desde la ausencia lo sigue (sobre)determinando. No importa que ella envejezca, todas las mujeres palidecerán siempre frente a esa pelirroja. Es como si te hubieras habituado a filetes kobe (¿podrá uno habituarse realmente a algo?) y luego te pusieran en un mundo lleno de Mc'Donalds. No es que no haya belleza posible para él, supongo, sino que toda otra belleza está en referencia a esa belleza absoluta que tuvo y lo marcó definitivamente, irreparablemente. Lo dejó mohíno y como castrado, tanto que a ratos me parece que hablar con él es hablar con un santo de la desidia sexual, uno que llevara el cuerpo como una ruina a cuestas, un recuerdo que le pudre la líbido (¡u, horror, la curiosidad!) como para dejarla en sacrificio al recuerdo de esa belleza, para  que desde su siempre estar perdida, lo habite. Siento que [mi amigo] ya no busca mujeres por respeto a esa mujer que perdió, que está perdiendo siempre. 
Es por eso que en un inicio introduje el citar como un hablar en lugar de. Mis lecturas del último año no tienen sino ese objetivo: el ser predicados o comentarios u órbitas de un (imposible) modo de pensar una mujer. Es decir, que leo para obtener un modo específico de pensar a esa mujer, para que no se me estanque como idea. Últimamente me pareció aterrador que esto se volviera una idea fija, pero de algún modo uno no puede sino dejarse ser, es decir, de ser según las obsesiones, en mi caso. Es un cambio en mi relación conmigo mismo, pero al final sólo es. Los temas de los que uno decide escribir al final lo revelan en el sentido que lo crean. Quisiera quedarme en la feliz trivialidad de escribir por capricho, porque simplemente algo no pudiera no ser escrito; en cambio, me veo escribiendo como tabla de salvación. No me gusta, para nada. Pero es así.  Si no escribo me voy a morir -o, vaya, al menos me voy a aburrir enormemente- bajo todo lo ausente de esa mujer. 
¿Quedará pendiente todo lo que quería hacer? ¿La crítica a la ideología, la estructura de la "universidad doméstica", esa utópica epistemología de lo privado, los dos o tres libros de ensayo que quería hacer sobre poesía latinoamericana jovencísima, el desarrollo de la crítica a la editorialización de la vida privada en la escritura de las redes sociales? ¿El escarceo performático del libro como acto en vivo? ¿El libro de (desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, sin, según, sobre, tras) los sueños? ¿Lo dejaré todo por escribir para entender la condición de ruina que dejó una mujer al pasar por mi vida? Y más, ¿puede entenderse algo así?
Quisiera ser Sophie Calle y delegar este entendimiento en una expresión artística comunal, que hubiera un documento como una carta de despedida que usar como leitmotiv. Pero no hay. Al final es eso: no hay nada. Al no estar ella, al seguir no-estando, al no poder citarla, no puedo ser. Y se siente de la verga.

Este es el lugar de nada. De otro modo: esto escrito está en el lugar de lo que no está.

sábado, 17 de marzo de 2012

Resignarse

, En la cabeza del resignado aparecen los primeros rasgos de la desazón, un indudable gesto abatido: el rostro paralelo al suelo, como a punto de tocarlo, los brazos colgando a los lados, sin moverse mientras camina, como mangas de un abrigo mojado, la mirada no perdida, ausente. El resignado puede o no caminar: de todas formas sabe que no va a ninguna parte, o mejor dicho, que no tiene ningún lugar a donde ir. Todo lo que ve lo signa con el monograma de la incertidumbre.

From my rotting bodyflowers shall grow and I am in them and that is eternity. 
Edvard Munch  

, Retoño, retorno. Desde que llegamos a esta casa, veo un árbol podado por el salvaje equipo de obras públicas de la ciudad. El árbol quedó hecho un muñón de ramas. De las gruesas ramas de la jacaranda crecen palitos delgados y finos como dedos, un alfiletero disfrazado de árbol. Desde que llegamos a esta casa comenzaron a salirle retoños pequeñitos en las puntas. Esta mañana, la muchacha araucana también se pintó las uñas de verde, como una muchacha que se disfraza discretamente de árbol.


, El gesto del resignado difiere enormemente del gesto del derrotado; mientras el derrotado puede o no aceptar una derrota que se le presenta como definitiva, el resignado no busca explicación para su derrota. La incertidumbre del resignado no es la incertidumbre del filósofo, la duda fecunda, la pregunta imprudente, la curiosidad infantil; su incertidumbre es la tierra yerma, el monótono mapa del desierto que se le presenta como el grado último de la intemperie. El resignado es el gran optimista: lo acepta todo sin cuestionarlo.

, Resignarse a la cotidianidad, ese signo en movimiento, esa moneda en el aire. Ponerle buena cara a este piso limpio, a este lugar transparente. Falta ordenar los libros, pero quedaron bien, cupieron todos. El librero nuevo soportará --se resignará al peso mudo de los libros cerrados. En esta casa no hay libros en el piso. Hay un pasillo largo que separa (resignifica) el ámbito de lo público y de lo privado; se entra a la pieza como por un túnel. En esta casa hay plantas, hay fruta y hay olor de niña. Prefiero fumar en la ventana viendo el árbol porque me gusta el olor a niña que se impregna a los objetos. Ese olor me gusta más que el olor del tabaco negro, y vaya que me gusta el olor del tabaco negro. Las niñas huelen bien, lo supimos desde siempre. Son suaves, además. Son más ricas que el tabaco negro, por si fuera poco. A veces se cierran sin fisuras, como piedras, y no dicen nada. Las niñas son gente sumamente extraña, pero está bien; me he resignado hace tiempo.  

, Resignar, cambiar de signo. Operar un tipo de violencia semántica que afecte el valor de un signo, que --alquimia-- lo transforme en otro. ¿Sobre el signo? ¿No será más bien una violencia sobre la lectura de ese signo, sobre su codificación? Y en todo caso, ¿qué quedará de lo que fue, del signo previo o del código previo al que ese signo estuvo sometido? ¿Quedará, si algo queda, la ruina del signo, un ante-recuerdo previo a una irrupción resignificadora? ¿Cómo hacer compatible el gesto abatido del resignado con el conquistador, el poderoso de la resignificación?

, Resignarse a la poderosa resignificación de la felicidad. Que dure lo que dure. Ya ni modo.

, En las funerarias, una palabra que circula con tanta facilidad como el café en vasitos de unicel es precisamente "resignación". Los deudos se la recomiendan mutuamente como si fuera un libro o una vitamina saludable. A los más histéricos incluso, se les impone: resígnate, les dicen, como si uno pudiera sencillamente tomar el signo que trae puesto y cambiárselo por otro, como una bufanda vieja que se reemplaza. La resignación mortuoria es también un (re)signo de una convención religiosa. La paradoja es de sobra conocida: el libre albedrío sirve para aceptar libremente esa voluntad divina. Resignado (es decir, asumiendo el signo de una fe que no se lleva bien con los temperamentos inquietos y curiosos), el creyente se aviene a poner sobre su dolor el signo de la obediencia. El que pide consuelo --es el subtexto-- no necesita dudas, necesita instrucciones, un manual para la pena.

, Resignificaciones áuticas: las serpientes que cambian de piel, los tiburones que cambian de dientes, la adolescencia toda, la araucana cuando se pone la pijama, la lluvia en general. Seres que, cambiando, se disfrazan de sí mismos.

, Resignar: mudar de signo. Resignificación: mudanza, maleta de signos, calidad portátil del sentido. Resigno: resignifico: acepto lo mutante, lo que cambia de forma, lo que, para volverse sí mismo debe permanecer en tránsito.

, Yo no me resigno. Yo te estoy perdiendo siempre, infinitamente. Aunque te tuviera te estaría perdiendo. Tan acostumbrado me tienes.




miércoles, 14 de marzo de 2012

El escritor es Nadie: 62 provocaciones sobre la escritura en redes sociales (en 140 caracteres o menos)

[Esta pretende ser la primera conferencia tuiteraria del mundo mundial. Fue dictada a un auditorio de estudiantes durante el XI Encuentro Nacional de Escritores de Tierra Adentro, en la ciudad de Puebla. Se supone que en algún lado se publicaría. Y pues eso.]

Utilizando como punto de partida la estructura de un TimeLine de Twitter (una sucesión de entradas que se actualizan en tiempo real), traté de reproducir la sensación de interés y dispersión que por igual despierta la experiencia de lectura en esta red social. Este formato pretende ser congruente con la estrategia que Twitter presenta como interfaz, tanto de lectura como de escritura. Como suele ocurrir con autores como Tólstoi, Dante, Homero o Cervantes, es más lo que se dice acerca de ellos que lo que se les lee efectivamente; Twitter y otras redes sociales, así como otras tantas interfaces de edición de la personalidad en el universo 2.0 (provocación que espero desarrollar en un futuro próximo), no están ni más ni menos inclinadas a favorecer la creación artística que los medios tradicionales de producción: en tanto tecnología, es decir, en tanto herramienta, todo depende del usuario, del uso. Claro, hay matices, condicionantes, prácticas que necesitan revisarse detenidamente y conforme a casos: hablar de Twitter en general es igual de torpe y parco que hablar de literatura rusa en general. Los puntos que expongo a continuación no son ni mucho menos extensivos, pero pretenden trazar un mapa de coordenadas rizomáticas en torno a la lectura en medios digitales y a la escritura misma que es, en la tablilla sumeria o en la hipermoderna tablilla iPad, siempre su propio basamento, su propio pastiche. Todos los puntos siguientes no están ordenados por ninguna jerarquía, y están conformados en 140 caracteres o menos, por si el (improbable) lector se lo preguntaba.




  1. El libro es otro modo de decir "interfaz". Un libro es un medio interactivo.
  2. La virtualidad del libro, impreso o digital, no está definida por la interfaz.
  3. Un libro impreso, en una biblioteca, es tan virtual y lejano como 20GB de e-books sin leer. 
  4. Temor de que la memoria se pierda en formato electrónico. Rebate: la cultura sobrevivió a pesar del fuego de la biblioteca de Alejandría.
  5. Frente a la absurda pugna que opone medios impresos a digitales como prácticas escriturales contradictorias, apostar por la escritura.
  6. No romper lanzas por el libro impreso ni por el e-book, pero romper todas las necesarias por la escritura.
  7. Escribir en tanto mecanismo performático es elegir una palabra en vez de otra, así como su orden, para promover un sentido posible.
  8. La escritura siempre es virtual, siempre está por ser.
  9. Actualizar: llevar al acto; lo virtual de la escritura implica una elección, un acto que no se consuma, que según Valéry sólo se interrumpe.
  10. Editorializar: elegir.
  11. Twitter implica una función editorial: la creación de una antología o libro vivo, en constante alimentación y modificación.
  12. Más que de escritura, sospecho que el meollo de Twitter es la edición.
  13. Un timeline es un contexto de sentido. Es donde puede ocurrir la escritura colaborativa, los cadáveres exquisitos, los juegos de palabras.
  14. Twitter es al siglo xxi lo que los salones literarios eran al siglo xvii.
  15. Twitter tiene el mayor índice de palindromistas en cualquier red social. [Información no verificada, ni siquiera por wikipedia.]
  16. Twitter como película de contraste que revela al redactor de guarradas, al aforista dormido, al pedante moralino, al pedante a secas.
  17. Merecer “el alto honor de la tipografía” que decía Borges, es una actitud. Publicar en Twitter o hacer libros no hace de nadie un escritor.
  18. Las tecnologías de la información suprimieron (¿fusionaron?) la escritura de la edición: escribir en Twitter es publicar.
  19. Leídos de manera aislada, muchos tuits no tienen sentido: su sentido se conformó por el contexto de un momento.
  20. Perdido el instante, el tuit se perdió. Es cierto, el instante los ha vencido. Pero ha sido un gran instante.
  21. Toda escritura es una posición política. Escribir en Twitter es, entre otras cosas, apostar por una política de la desaparición.
  22. Acaso desaparecer no es sino apostar, en lugar de por la trascendencia, por una más modesta vigencia.
  23. ¿Diferencia del escritor impreso contra el escritor mínimo? Proyecto: espectros temporales, públicos diferentes, carácter (nomádico o no).
  24. Todo acto de lenguaje implica un grado de ficcionalidad. El lenguaje es ficción. Toda palabra comenzó como metáfora, como poema.
  25. Facebook implica una editorialización de la vida privada: seleccionar las partes de nuestra narrativa personal que hacemos públicas.
  26. Oprimir “enviar” ya es publicar un contenido. Con menor o menor fortuna, escribir en Twitter es publicar en Twitter.
  27. Escritores secretos: Fernando Pessoa, Robert Walser, Emily Dickinson, Georg Christoph Lichtenberg.
  28. Asumir que el lector siempre sabe más que el escritor (Borges). Apostar por un tipo de escritura que construya y merezca un mejor lector.
  29. La escritura no es inocente: un evento en Twitter, según la nueva ley promovida por el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, vale por su lejanía con la ficción.
  30. Un Estado que penaliza la libertad de expresión ha perdido la capacidad de proyectarse en el futuro. Mata utopía.
  31. En tiempos de fascismo político, el primer enemigo es la ficción, pues la verdad es cuestión de Estado (¿de Facebook?).
  32. Twitter no es fragmento: un tuit es su ámbito de significación entero.
  33. Twitter es fragmento: piezas de un discurso para armar.
  34. Un escritor “tradicional” con Twitter, no es un escritor de Twitter necesariamente. Suelen, de hecho, ser los más aburridos de leer.
  35. Autopromoción: pena ajena de ser agente de uno mismo en lugar de ser agente de la escritura.
  36. En términos comerciales, el tuit puede ser la muestra gratis para llegar al lector.
  37. La definición de un género literario condiciona y no condiciona la producción y la recepción de una obra.
  38. Obras interesantes, las que problematizan sus condiciones de producción, sus formatos: las que son conscientes de sí mismas.
  39. El tuit es consciente de que un tuit es un tuit es un tuit es un tuit.
  40. A un escritor “tradicional” se le convoca para aparecer en su papel de escritor. Sartre y Zaid están de acuerdo en este punto.
  41. La presencia del escritor es una representación de sí mismo. Un avatar.
  42. El escritor que yo veo, y no sólo en Twitter, sino a secas, es el que desaparece para dejar en su lugar vacío la escritura.
  43. El escritor, si es tal, es Nadie.
  44. Twitter no amenaza las prácticas escriturales ni sociales de la ciudad letrada.
  45. Twitter reproduce los mecanismos de reconocimiento y exclusividad de la ciudad letrada.
  46. Para decirlo pronto, Twitter reproduce las mejores y peores prácticas de la ciudad letrada.
  47. La condición de la literatura, según Terry Eagleton, es el contexto de significación con que el lector recibe una práctica de escritura.
  48. De otro modo: si alguien lee literariamente un texto, es literatura, aunque se oiga un rechinar de dientes al fondo de la sala.
  49. Una cuenta de Twitter existe a través de una línea editorial reconocible, por la cuál otras cuentas la “siguen”, la leen.
  50. No se siguen 100 cuentas, nos suscribimos a 100 líneas editoriales.
  51. Segmentación: es claro que de los millones de cuentas existentes no todas tienen intenciones literarias o culturales.
  52. Según mi modesto cálculo, en español no son más de 1000 o 1500 las que producen contenido original. 
  53. Un retuit pertinente es contenido original.
  54. Yo sigo (leo) a 160 que me parecen, a veces, demasiadas.
  55. La imbricada cortesía del follow y unfollow sólo se conoce estando en Twitter. Estas pueden condicionar prácticas de escritura y lectura.
  56. Twitter: performance de la escritura, abolición de la brecha entre escritura y publicación.
  57. Temor a la masificación de la intimidad. Rebate: importancia desmedida de lo propio. Tus 70 contactos de FB no son propiamente una masa.
  58. Temor a la masificación: tus 5,000 seguidores de Twitter sí conforman una masa, pero tú alimentas su curiosidad, su asombro o su morbo.
  59. Como los lectores de siempre han sabido, todos tenemos derecho a la curiosidad, al asombro y al morbo.
  60. La escritura no necesita consenso ni legitimidad para operar. Una obra problemática es más interesante que la que no duda de sus supuestos.
  61. El procedimiento obedece a la intención de la obra.
  62. Una lanza rota: escribir en Twitter es hacer desaparecer al escritor para que la escritura aparezca. Y luego, naturalmente, se disuelva.
La escritura invisible también tiene lugar.

martes, 6 de marzo de 2012

Monólogo de la mujer que lava el agua - Juan Manuel Roca



Lavo el agua, que es
Como lavar la liquidez del tiempo
Bajo los puentes.
Fontanera soy
De la secreta grifería del río.
Lavo el agua, que es
Como tocar el arpa de la lluvia,
Como volarle al tiempo sus esclusas.
Lavo el agua
Para que el árbol duplique sus frutos
En el espejo que huye.
Para que la muchacha desnuda
O el niño que come duraznos carnosos
Laven su piel con piel de nube.
Lavo el agua
Para que los ahogados del mundo
Hagan su danza muda
Entre un enjambre de peces.
Para que la araña
Camine como un pequeño profeta
Sobre el lago,
Toco las aguas como la cabellera
De un violín.
Soy la pequeña adoradora,
Hidrólatra con su bastón de nácar.
Estoy hecha de tiempo,
Como el agua en la hierba,
Como el agua en el agua, como el agua.

En Monólogos, 1994.

domingo, 4 de marzo de 2012

Días

Los días de la semana llamados precisamente "de entre semana" o laborales, terminan en "s" porque son plurales. En realidad hay numerosos lune en cada lunes, incontables marte en martes, como hoy que escribo esto en uno de los últimos marte, tan marciales de este marte como todos los marte (vaya, que no por nada nací en uno de los marte que habitan los márgenes de los martes), y así con las unidades de miércole, jueve y vierne que caben en cada conjunto de los días.

La pluralidad de los días les aporta así mismo ese peso específico que tienen sólo aquellos de entre semana. Sé que mi vida es mucho más sencilla (y por sencilla quiero decir "sedentaria") que la de mucha gente que vive en la ciudad: se levantan un lune por la mañana y tardarán algunos lunes aún en llegar a su oficina, en atender los asuntos del día, lo que es decir, en ordenar lune tras lune hasta volver a casa en un tráfico similar al de los lunes de esa misma mañana y echarse pesadamente al lado del significant other, con quien probablemente tengan sexo brevemente, ni siquiera un día completo, un lune fugaz o lo que permita el cansancio, aunque es poco probable que ellos cojan en lune de cualquier modo.


Pero mi sentido del tiempo es mucho más lento. Lo que quiere decir que no sólo vivo múltiples días en un sólo día, sino que incluso me parece que las semanas se acumulan dentro de cada día, y tal vez por eso sería recomendable que me rasurara varias veces al día. Semanas e incluso meses apelmazados dentro de cada día, como una ciudad metida dentro de un pequeño cuarto. Esa imagen me recuerda a La vie mode de emploi de Perec. Tal vez se trata de eso: el asunto de la simultaneidad. No es que mis días tengan más días que los días de la gente, sino que me ocurren varios días al mismo tiempo. Vaya, que no quiero sentirme especial ni mucho menos. De buena gana me gustaría vivir menos miércole de los que efectivamente me tocan, como toda la gente; sólo busco alguna razón, incluso en la idiotez, para dar cuenta de este cansancio que me acompaña desde que nací.

Los fines de semana, por otro lado, son días escritos en singular: hay un sólo sábado en cada sábado, he ahí la tragedia: experimentamos el día entero en toda su longitud, lo que para el domingo aporta esa sensación de total desfallecimiento y hartazgo. No hay nada simultáneo en los domingos porque todos nos compartimos una plasta informe de tiempo, a diferencia de los días de entre semana, cuando el ritmo de la vida nos permite tener a cada uno múltiples días a nuestra disposición. Este plural me es un poco incómodo; hasta en la segunda persona del plural la gente me molesta sobremanera, como si al igual que los días yo pudiera hacerme responsable de lo que coño piensen o sientan los demás, como quería Sartre. A duras penas puedo hacerme responsable de mí a ciertas horas de los día (así, en singular, diferenciando claramente los varios días del día) como para pensar en la humanidad; la idea de salvar al mundo, por tanto, me da vértigo en su simple formulación. 

Para ejemplificar el paso de los días, o el paso repetido del día en cada día, como en los fines de semana, nada mejor que las anotaciones de los diarios. Por ejemplo, este que encuentro en mi cuaderno sobre el conjunto de los lune 19 de septiembre de 2011: traté de escribir muy temprano, como siempre, un par de días por la mañana; desayuné solamente en medio día mientras leí las cartas de Flaubert a su madre; luego me puse a trabajar en cosas de la oficina hasta el día de comer; leí durante varios días The parallax view de Žižek, hice algunas notas durante un par de días y me puse a ver películas; al final del día había visto Apocallypse now!, People are strange, genial documental sobre The Doors, además de The Devil and Daniel Johnston y Naked ambition: an R rated look at an X rated industry, pretencioso nombre para un aburrido documental sobre porno. Naturalmente, hice notas sobre todas ellas durante varios días. Aún me quedaba tiempo para ver Where the wild things are, pero se trabó el stream de Cuevana a la mitad (por aquellos conjuntos de días comenzaba la debacle de la otrora heroica página), por lo que me puse a leer a Blanchot durante unos días y luego a Montaigne, lo cuál me cansa siempre por la necesidad de tener el diccionario latino a la mano, pero siempre lo encuentro provechoso. Durante otro lune registré en el diario que leí un artículo no malo de Carlos Fuentes sobre Onetti y me dio tiempo para escuchar aún el Stabat mater de Bach. La última nota de ese lune fue precisamente "Johann. Sebastian. Fucking. Bach. Estoy vivo."

En ocasiones ese apelmazamiento del tiempo se refleja en la escritura, incluso en sus formas más humildes: uno puede tratar una variedad de asuntos en los 140 caracteres de Twitter o en los 160 de un sms. En el último mensaje directo que mandé hoy (y seguramente no el último) traté lo siguiente: el aplazamiento de una cita ya muy aplazada; una somera explicación de mi carga laboral; un insulto velado hacia un amigo de la susodicha; un coqueteo discreto (mañas de soltero); me alegré también sinceramente por una buena noticia suya y lo expresé de un modo alegre mas suscinto, además de lograr meter en ese breve espacio una cariñosa pero ciertamente distante despedida. El regalo de los dioses es la connotación en el lenguaje, claro que en un mensaje directo estamos hablando de una forma epistolar, donde los corresponsales tienen contextos que permiten comprimir aún más los sentidos dentro de sus palabras, como si fueran sabores dentro de un mismo plato. Pero en un tweet "público" la cualidad referencial puede suspenderse temporalmente: escribimos a modo de oráculos y el sentido será, si acaso, pura atribución del lector. Dicen que escribo sueños por las mañanas cuando en realidad estoy escribiendo recetas de cocina. Nadie me entiende.

No es extraño ver también como se matan los "novelistas" de mi generación trabajando desde un temprano marte para completar una especie de cuota autoimpuesta, siempre insuficiente. Pienso para mí que tal vez podrían ser más "productivos" (¡horror de palabra!) si dejaran de postear por Twitter o Facebook el número de palabras que acumulan en su mismo insufrible mamo(n)treto; en esta lógica de la acumulación no lineal no queda claro que entienden bien a bien por "palabra": ¿les daría lo mismo llenar cuartillas con monosílabos, lo que daría una mayor contabilidad de palabras, y despreciarían en cambio las musicales esdrújulas por tratarse de palabras generalmente largas, es decir, que ocupan mayor espacio de su preciada cuartilla pero aportan menos al conteo de palabras? Misterio. Por mi parte dudo mucho ser capaz de escribir una novela, por el simple hecho de que, aunque mis días tengan más días que los días en general, mi impaciencia también se me agolpa exponencialmente, por lo que me forzo a terminar de escribir cada día lo que empiezo. Es ahí donde me asquea la noción de productividad referida a la escritura: parece que no ha sido atendida la lección de la Liebre de Marzo en Alicia en el País de las Maravillas, a saber, que uno termina de escribir cuando dices todo lo que tienes que decir. El problema es que algunos escribimos terminando.






Termino. Escribo que termino. Tremo la trema del término termoral.