lunes, 3 de diciembre de 2012

Legitimidad de la protesta pública


Invitación/provocación

El presente es un fragmento de un texto más extenso que aparecerá próximamente en la revista "Diálogos A", coeditada entre otras instituciones por el Instituto de Estudios de las Culturas Andinas, en un número dedicado a los movimientos de protesta del último año en distintos países de Latinoamérica. Deseo rescatar este fragmento a la luz de los acontecimientos del pasado 1 de diciembre (1DMX) en el Distrito Federal, Guadalajara y otras ciudades del país: parecería muy sencillo que uno de los más grandes logros de la sociedad civil mexicana del 2012 se fuera por la borda tan rápido como llegó, a saber, la descriminalización de la protesta pública.

La represión y persecución policiaca, paradójicamente, son los elementos faltantes en la actuación del movimiento YoSoy132 durante el año pasado: si pudiera hacer la glosa del inconsciente colectivo durante los meses pasados, diría que mucha gente no creyó que el 132 fuese un movimiento "serio" o "real" pues le faltaba el elemento que legitimaba movimientos similares en el pasado: la persecución por parte del Estado. Esto fue especialmente evidente en el caso de la Acampada Revolución 132 en la explanada del Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, quienes en estos momentos están siendo desalojados por la policía luego de meses de llevar a cabo un importantísimo proyecto de participación y vinculación comunitaria, así como de ser una sede simbólica del movimiento mismo.

En una lectura ingenua podríamos decir que el "nuevo PRI" (que, entre paréntesis, comenzó su sexenio haciendo uso de las tácticas agresivas y represoras del viejo PRI) ha dejado clara la importancia del 132 y de la protesta pública al atacar no sólo los cuerpos de los manifestantes sino también, y de manera más significativa, el último recurso de participación política de la sociedad civil y de los frentes históricamente despolitizados de la clase media, el derecho a la protesta, criminalizándolo. ¿No es extraño que durante los meses pasados de marchas y protestas en todos los puntos del país nunca se hubieran presentado destrucciones en la escala del sábado pasado? ¿Que no se hubieran presentado destrucciones del todo? En el centro de la ciudad, la destrucción de la fachada de varios bancos y comercios ha mermado la confianza de la población en los estatutos pacíficos con los que las protestas y marchas se desarrollaron a lo largo del 2012. ¿Se trata de que los contingentes que en meses pasados aprendieron a marchar en paz, súbitamente, y sin obedecer a ninguna provocación, se lanzaron a crear destrozos en puntos estratégicos y simbólicamente relevantes como los antes mencionados o como el hemiciclo a Juárez? ¿Es que la toma de protesta como presidente de Enrique Peña Nieto "mágicamente" cambió la temperatura de la protesta de un punto inclusivo y comunitario hacia uno violento y destructor? ¿La vuelta del PRI implicó, en tan pocas horas, echar por la borda todos los aprendizajes de este año y un viaje en el tiempo a los días en que estudiante era sinónimo de criminal? ¿Olvidaremos todo lo construido tan pronto?

Mientras escribo estas líneas aún hay mucha gente detenida y desaparecida como resultado de las protestas del 1DMX. Aunque no estoy a favor de las imágenes que muestran una batalla campal entre elementos de la policía e individuos pertenecientes a distintos contingentes afuera de la sede del poder legislativo, creo que la respuesta de la policía salió de toda proporción, y a fin de cuentas no logró instaurar esa "restitución del orden público" con el que EPN justificó ante alumnos de la Ibero en mayo pasado la entrada de las fuerzas del orden en Atenco. Probablemente la decepción más grande de esta jornada de principio de sexenio fuera la tibieza de Marcelo Ebrard, ex jefe de gobierno de la ciudad, para proponer interpretaciones del conflicto vagamente distintas a las de sus contrapartes de la prensa y personajes de derecha: la de tildar a los manifestantes de "revoltosos" o "violentos", metiendo al contingente entero en el mismo saco, tal y como el viejo PRI solía hacerlo.

Tengo que la conquista de la descriminalización de la protesta pública no es algo que deba ser negociado ni perdido. Lograr la movilización de una clase que históricamente ha sido políticamente apática y articular su visibilidad bajo estatutos no violentos debe ser el foco en los meses por venir. No se tratará de protestar y protestar, sino de proponer alternativas de visibilidad y participación en las decisiones de gobierno: lo que la represión provoca es que los organismos de la sociedad civil pierdan poco a poco el crédito social que los garantiza como interlocutores representativos de los intereses de la sociedad para con el Estado. Enfatizar en el carácter pacífico de estos movimientos y organizarse mediante estrategias de comunicación efectiva será crucial.

Yo no sé, como digo en el texto que sigue, si el PRI está usando infiltrados en las marchas y manifestaciones (como, por otro lado, atestiguan algunas imágenes de individuos vestidos con pantalón beige y playera negra, usando un guante), pero me queda claro que al interior de los contingentes a los manifestantes les ha sido más difícil llamar a la manifestación pacífica. Lo vi el sábado frente a Palacio Nacional. El minúsculo frente de unos 200 individuos se centraban frente a la puerta de la sede del ejecutivo, gritando, chiflando, lanzando algunos objetos a la valla de granaderos y policía federal apostados al frente del edificio. Era un espectáculo muy diferente al de la línea que en distintos momentos ha sido posible realizar frente a las mismas fuerzas del orden en lugares como Televisa Chapultepec o la sede del PRI, donde la manifestación pacífica y organizada ha dado numerosas muestras de eficacia. El sábado no. El sábado se trataba de una mezcla de hombres y mujeres de todas las edades y gritos que no solían escucharse en los meses previos, preconizando la muerte del Estado y provocando abiertamente a los granaderos. Yo no me creo que "el pueblo" sea incapaz de destrozar propiedad pública, pero me resulta mucho más difícil creer que los contingentes no están intervenidos por grupos de provocadores. Si dijéramos que un oficinista o un ama de casa lanzaron piedras o cohetones contra Bancomer, tal vez sería difícil de creer, pero posible; si decimos, en cambio, que un estudiante de una escuela pública de nivel medio superior lanzó una bomba molotov contra la policía, la identificación histórica estudiante/criminal encuentra menos obstáculos para reactivarse, a pesar de que durante todo el año por concluir diéramos muestras de lo contrario.

Es preciso que la protesta pública se ejerza, y más que nunca, no solamente como el rostro visible de la sociedad frente al gobierno, sino para afianzar las posibilidades de la participación comunitaria en eventos relevantes para la sociedad civil. El enojo es una gran olla de presión, y si bien cuando explote no será en la conformación de un movimiento armado de ningún tipo, sí explotará en la forma de frustración y apatía generalizada en la participación pública, características muy deseables en una población en condiciones de "gobernabilidad" según los parámetros a la orden. Esa frustración y desesperanza son los sellos del viejo/nuevo PRI, y sus métodos para conseguirlos, aunque han sido efectivos en el pasado, se enfrentan en este caso con una sociedad civil que ha dado claras muestras de su capacidad de organización y participación pacífica. El verdadero enemigo, fuera de lo que puede creerse, no es el PRI, sino la deslegitimización de las iniciativas de la sociedad civil frente a sí misma, río revuelto del que abrevarán los pescadores políticos. Dar muestras de que estas iniciativas son pacíficas y se encaminan a la construcción de un orden social duradero es, más que nunca, relevante, necesario y urgente.

#YoSoy132 y una leve, breve, verde mancha en el rostro de Calderón
(fragmento)



Los movimientos de protesta estudiantil en México desde la segunda mitad del siglo XX se organizan, con una mezcla de temor y orgullo, a la sombra de la represión estudiantil de 1968 y 1971, matanzas que el gobierno mexicano ha comenzado a asumir lejana y tibiamente como parte del legado de los gobiernos represores del PRI (por ejemplo, a través de la creación de un museo memorial en el lugar donde ocurrió la matanza del 68 en la unidad habitacional Tlatelolco, en la Ciudad de México.) Sin embargo, los movimientos del siglo pasado --que buscaban reivindicar derechos civiles, a la educación, a la apertura cultural-- tuvieron como saldo indeseable la criminalización de la protesta estudiantil.
En México, uno crece escuchando sobre los “porros”, grupos de choque infiltrados dentro de las marchas de estudiantes y/o asociaciones civiles cuyo único propósito es generar altercados con la policía, dañar propiedad pública o privada, en fin, restar peso a la intención de la manifestación y provocar ese “uso legítimo de la fuerza que corresponde al Estado” para sofocar las protestas.
Aunque las manifestaciones estudiantiles (de reivindicación, de solidaridad con causas sociales, etc.) en México siguieron existiendo, directa o indirectamente se asociaban con estudiantes pertenecientes a los niveles medio y medio superior de las instituciones de educación pública del Estado, concretamente a la UNAM, la UAM o el IPN. Existe un elemento altamente clasista en cuanto a la percepción de la protesta pública en México. Me refiero concretamente al Distrito Federal, donde ocurre esta historia y de donde soy originario: las “marchas” son equivalentes al entorpecimiento de vialidades principales, a generación de un clima de inseguridad en las calles, y al desfogue de “revoltosos”, “mugrosos”, o “nacos” sin trabajo que interfieren con las actividades laborales de la ciudadanía de clase media. El cuadro anterior se completa con la percepción de oportunismo que suelen tener las manifestaciones públicas de sectores obreros y campesinos así como los antiguos sindicatos petroleros, electricistas, ferrocarileros y demás, en las calles del Distrito Federal, asociados en el imaginario peatonal a formas “profesionales” de protesta, versados en mecanismos como paros programados y huelgas generales a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI.
Es por esto que las manifestaciones subsiguientes al nacimiento de los 132 como organización rizomática, convocadas a través de redes sociales como Facebook o Twitter, gozaron de enorme aceptación entre sectores poblacionales que no hacían suyas las causas de los actores de participación social: al haberse originado en “la Ibero” y haber convocado a un comité interuniversitario incluyente, que no hizo distinción entre universidades públicas y privadas, el 132 comenzó el lento camino de la organización que continúa hasta el momento de escribir estas líneas.
Otro factor influyente para que los sectores de clase media (los menos politizados) en las ciudades más distantes del país se sumaran a las manifestaciones públicas convocadas por el movimiento #YoSoy132, fue sin duda la coyuntura electoral de julio pasado. Partiendo de la deslegitimización que recibieron de Coldwell y de la nula atención mediática que generó la protesta en la Ibero, la cuál fue tachada precisamente de “revoltosa”, el 132 comienza a organizarse bajo estatutos apartidistas (es decir, sin posicionarse explícitamente a favor de ninguno de los candidatos presidenciales), así como de la democratización de los medios de información, en los cuáles se nota una marcada tendencia a posicionar positivamente la imagen de Peña Nieto en las preferencias electorales de los sectores poblacionales más pobres y menos informados.
Las acciones del 132 durante el periodo de campañas electorales se orientaron a un monitoreo continuo de la información reflejada en los medios de comunicación masiva, sondeos independientes, protestas públicas, en fin, acciones que contribuyeran a despertar la participación política de un electorado históricamente conservador (1). El resultado de estas acciones puede o no ser medible en términos de participación del electorado (uno de los porcentajes más altos de los últimos años), pero ha contribuído a la incipiente conformación de un clima de politización constante entre la población, y no solamente de los sectores académicos o políticamente activos. La prueba de fuego será el involucramiento activo de la sociedad en las decisiones de gobierno durante el sexenio que está por comenzar, además de que el 132 se constituya en una organización visible, participativa, plural y rizomática, cuya adherencia esté marcada por la participación de todos los actores de la sociedad para generar un verdadero contrapeso a la distorsión de la manipulación mediática y de interlocución con el gobierno entrante (2).
Una explicación de tipo económico del surgimiento del 132 como movilizador de la participación social de sectores históricamente despolitizados tendría que ver con el ejercicio de la capacidad de protesta, es decir, del ejercicio político en la forma acaso desesperada de manifestación pública. Apunta Slavoj Žižek (3):


En tiempo de crisis [económica], los candidatos obvios para “ajustarse el cinturón” son los niveles inferiores de la burguesía asalariada: puesto que el superávit de sus salarios [con respecto al “mítico” parámetro del salario mínimo] no juega un rol económicamente inmanente, lo único que los separa de unirse al proletariado es su poder de protesta política.


En el contexto del surgimiento del 132, los sectores tradicionalmente despolitizados de la clase media atendieron el llamado de --lo que parecía-- una afrenta invisible para su nivel de vida: si los estudiantes de una de las universidades más exclusivas del país (con colegiaturas mensuales que sobrepasan los $1,300 USD), es decir, representantes de la clase privilegiada, se unen para enfrentarse simbólicamente contra un candidato presidencial que perciben como una amenaza, tal vez no se adhirieran por la empatía súbita con las demandas del movimiento (demandas que asociaciones obreras y campesinas llevan décadas exigiendo), sino por ver amenazado el statu quo al tambalearse el soporte de la estratificación de clases.
Lo anterior es visible en el que tal vez sea el logro más importante del 132 hasta el momento: la descriminalización de la protesta estudiantil a los ojos de la opinión pública. Durante las marchas masivas de junio del 2012 era visible la participación de sectores “no profesionalizados” de la protesta (los frentes obreros, campesinos y sindicales a los que hemos aludido). Sería difícil caracterizar el ambiente vivido durante esos días: desde la espontánea solidaridad de los transeúntes, los improvisados materiales con que grandes contingentes de la población exigían transparencia en los medios de información y en el proceso electoral, en fin, en la imagen de un oficinista saliendo del trabajo para comprar una cartulina, pintarrajear una frase pseudo subversiva y gritar a voz en cuello una consigna aprendida al vuelo. La protesta pública, al menos en su carácter más inmediato, deja de ser, por así decirlo, una prerrogativa de las clases históricamente politizadas y se unifica en la fantasía de una sociedad civil desclasada.


Todos somos Espartaco, ¿pero hasta cuándo?


El carácter rizomático del 132 es equiparable al del colectivo de hacktivistas Anonymous (4) o al del héroe griego Espartaco: a la manera de un acto performativo, es un movimiento que cobra adherentes mediante la participación directa, sin un filtro burocrático visible. El peligro de los movimientos cuya militancia se articula de acuerdo a las simpatías momentáneas es que pueden no trascender las coyunturas históricas que los desaceleran tan pronto como pierden visibilidad en la agenda pública.
El lector no mexicano probablemente sea incapaz de dimensionar con precisión la magnitud simbólica de la protesta del 15 de septiembre pasado. El relato mítico del México independiente comienza la noche del 15 de septiembre de 1810, cuando el conspirador insurgente y cura del pueblo de Dolores, Miguel Hidalgo, llama al levantamiento armado. Hay que insistir en el carácter simbólico del “Grito de Dolores”, pues aunque el movimiento insurgente de emancipación de la corona española llevaba meses organizando los recursos y esperando las condiciones necesarias para llamar al levantamiento armado, el inicio mítico del movimiento de independencia mexicano, su “inauguración”, está fijada en el imaginario la noche del 15 de septiembre (que, como en muchos otros países de Latinoamérica a lo largo del siglo XIX, desembocaría en la adopción de un sistema democrático, que al menos en México pasaría por muchas etapas hasta ser finalmente instaurado --no sin matices-- hasta bien entrado el siglo XX.)
Es por ello que la fecha del 15 de septiembre cobra relevancia para la protesta pública aún en nuestros días, pues la fecha sigue siendo algo así como “el cumpleaños” de México, y coincide con la última ocasión en que el presidente Calderón presidía la ceremonia, demostrando (me permito especular) que el movimiento buscará trascender la coyuntura electoral que lo vio surgir para volverse un contrapeso eficaz a lo que diarios como The Spiegel o Le Monde han llamado “la presidencia televisiva” de Enrique Peña Nieto, una versión mexicana de lo que el impresentable Silvio Berlusconi fue para los italianos.
La mancha verde en el rostro de Felipe Calderón (producida por apuntadores láser que pueden conseguirse fácilmente por el equivalente a $5 USD) pretendía y tal vez consiguiera visibilizar al movimiento, a los espartacos (5) anónimos, irónicamente, entorpeciendo la vista del mandatario saliente. Calderón será recordado como el fallido “presidente del empleo”, como estratega menorcísimo de una fracasada “guerra” contra el narcotráfico que analistas como Eduardo Buscaglia diagnosticaron de “limitada” (pues se enfoca al comercio de narcóticos en lugar de sofocar la industria del crimen organizado en México, que se exporta poco a poco a otras regiones), así como un cínico capaz de decir que los 60 mil muertos (y contando) que dejó como saldo su sexenio fueron “bajas colaterales”, perspectiva con la que Iosif Stalin estaría muy de acuerdo; pero los presidentes pasan y la sociedad civil sigue su lento camino de construcción.
El movimiento #YoSoy132 tiene frente a sí el reto de descalificar a sus críticos (que les reclaman el sobreprotagonismo o la privatización de facto de la protesta pública) mediante la acción y la organización, de ser un interlocutor impostergable de los poderes de facto (medios de comunicación, concretamente los consorcios mediáticos Televisa y TV Azteca), y de continuar enfatizando el empoderamiento político de la sociedad civil frente a las inminentes reformas de Peña Nieto en la agenda laboral, energética y económica.

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Notas

(1) Cfr. La democracia cristiana en América Latina, Mainwaring, Scully, FCE, México, 2010.

(2) La búsqueda de nuevas formas de organización que hicieran visible la separación del 132 de formas más tradicionales como el partido político o la asociación civil queda de manifiesto en proyectos como la Acampada Revolución 132, que replica algunas de las acciones que en paralelo llevan a cabo los movimientos Occupy alrededor del mundo. Para un breve análisis de la Acampada léase en línea “Plantarse: órbita de la Acampada Revolución 132, publicado el 10 de julio del 2012, consultado el 19 de septiembre de 2012.

(3) En The Year of Dreaming Dangerously, Verso Books, NY, 2012, p. 11 (la traducción presentada es mía, pues no existe aún traducción al español.)

(4) El “hacktivismo” es una forma de protesta que involucra el know how de especialistas en redes y sistemas que acuerdan boicotear el funcionamiento de una página web, la cual representa la forma simbólica de un “enemigo” político, ya sea un gobierno o una compañía privada. Diversos sitios y sistemas de información así como bases de datos han sido blanco de los ataques de Anonymous al menos desde el 2010, como Sony, Visa, Mastercard, City Bank, el FBI, la CIA y sitios de las sedes de gobierno de Italia, Francia, España, Brasil, Chile, Venezuela y México. Los ataques van desde la saturación de la capacidad de respuesta del sitio (a través de ataques DDoS, lo que inhabilita el sitio para permanecer en línea), el robo y distribución de bases de datos en sitios gubernamentales o de entretenimiento de pago, hasta la presencia de individuos con la característica máscara de Guy Fawkes (V for Vendetta) en protestas públicas de todo el mundo.

(5) No confundir con los miembros de la Liga Espartaco.

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