jueves, 29 de enero de 2015

Breve manual de defensa personal para señoritas


1.

Lo primero es cerrar los dedos en la clásica formación de ataque, oprimiendo con el pulgar de manera firme los cuatro dedos restantes --cuatro uñas pegadas a la palma-- recogidos sobre sí mismos, de manera que el puño forme una piedra, un misil, un desastre natural en la extremidad del cuerpo, en el linde con el mundo.

2.

Se recomienda no cerrar los ojos mientras el puño viaja en el aire: su puño, pese a lo que pudiera parecer a simple vista, no es ciego: sabe perfectamente a dónde se dirige; pero usted querrá estar lista para un segundo asalto en caso de que el primer misil no dé en el blanco. Si todo falla, piense qué haría Bruce Lee en su lugar y hágalo. Nunca falla.

3.

Abra los ojos frente al agresor: niéguele el prestigio del anonimato: asuma el riesgo de revelar sobre ese rostro, en lo percutivo y lo volador, el misterio de aquel famoso koan: el pálido pálpito de una palma.

4.

Vale la pena considerar que está usted luchando por su vida.

5.

Se trata del vagón de mujeres, puesto a la cabeza del rebaño para salvaguardar lo que le quede íntegro después de Balderas a las 8 am; se trata de su derecho a ser legendaria pero discretamente, próspera en lo anónimo, afilándose la mirada con utensilios de cocina que parecen de tortura, en fin: quiénes son los hombres para juzgarle esos ojazos claraboyantes.

6.

Se trata de su vida, después de todo, en la cámara de tortura subterránea, en el infierno móvil, en el intestino grueso de la ciudad llevando y trayendo la crema de la crema y la mierda de la mierda a 20 millones de kilómetros por segundo si contamos la velocidad con que se llenan de sardinas los metros cuadrados: once seres conté solamente en el diámetro imaginario de mis brazos.

7.

Dése espacio, no lo pida: este es un alegato a favor de reconocer violentamente la existencia de sus atacantes. Desde niña le enseñaron a darse su lugar: pues bien: tómelo: habítelo sobrevolando el helicóptero ondeante de la falda. Le chiflarán: sin duda: desde lo anónimo y desde lo abyecto le embarrarán un sonido puerco prepúber e infantil porque la saben, de un modo que nunca entenderán, divina.

8.

La suya es una vida que vale la pena ser defendida. Repitámoslo: una vida --un cuerpo, una integridad, un espacio alrededor de la carne, sobre y debajo de la cintura, cada hueso hilado al otro como una joyería minuciosa de calcio, de las falanges al cóxis a los huesos que le conforman la sonrisa-- que vale la pena ser defendida.

9.

Prefiera del rostro las zonas más sensibles: la nariz que se quiebra, cono de vidrio, la barbilla desencajada, la famosa manzana de Adán, los lóbulos rasgables de las orejas, las cuencas de los ojos, inundables. Repítase de cuando en cuando: el más fuerte de los hombres es capaz de sangrar. Repítase: ignorar al agresor no me hace mejor, no lo hace desaparecer. Repita el punto número 1 todas las veces que haga falta.