viernes, 28 de agosto de 2015

Elogio de los borradores


Una vez me preguntaron, "Escribes poesía, ensayo, y se dice que tienes por ahí un par de novelas inconclusas, ¿pero qué género literario te interesa más que otros y por qué?", a lo que contesté inmediatamente, sin pausa dramática "El borrador".


No lo pensé demasiado. Igual pude haber mentido y decir que la poesía me interesa más que otra cosa, porque está en todas partes aunque no la veamos, como las ondas de radio emitidas en los primeros instantes del Big Bang, o la novela, por su posibilidad de ensayar cualquier cosa, o el ensayo, por su capacidad de volver la vida un laboratorio lúdico, pero lo cierto es que la respuesta me sigue pareciendo certera: si tuviera que cultivar un sólo género literario en lo que me resta de vida sería ese, el borrador.

De la galería de mi mente salen los críticos literarios y los maestros de la facultad: "Buena puntada, Raya, pero el borrador no es propiamente un género literario: no tiene reglas, no tiene una estructura definida. Es simplemente un estado provisional del texto antes de su recepción pública." Exacto, es exactamente eso.

Borges y Reyes dijeron cada uno a su singular modo que uno publica para dejar de corregir borradores. Pero puede pensarse también que un libro no es sino un borrador que ha atravesado un proceso de edición. ¿Qué nos autoriza para darlo por terminado? ¿En qué momento se realiza la milagrosa operación que transustancia --en el sentido de la metempsicosis católica-- un borrador en un libro, en un producto cultural? A lo mejor tiene que ver con la intervención del editor o con las opiniones de los reseñistas o con la forma en que, mucho o poco, al leerlo, cambia la vida de sus lectores. Pero no me convenzo.

Me gusta el borrador porque es --según yo-- lo que más se parece al instante de la lectura: cuando vas avanzando por la página sin saber a dónde vas, sin intención de llegar tampoco; un instante de apertura frente a lo inesperado. Entonces me viene a la cabeza la famosa frase de Valéry sobre los poemas: que no se terminan sino que se abandonan. Pero tal vez hay otro abandono (¿previo, paralelo, complementario?) que ocurre en el escritor al ir avanzando, retrocediendo, moviéndose en ese espacio textual con absoluta libertad: la deadline, la temida fecha de entrega, no existe cuando uno se plantea simplemente escribir. Abandonado a su suerte, el escritor simplemente se mueve por la página, y la escritura es como la rebaba de ese movimiento interior de un sujeto abandonado a la imperiosa necesidad de no quedarse quieto. Borrador: una inquietud.

La publicación complica todo; el tiempo del borrador se parece a los ciclos de la tierra y las estaciones: un borrador se cultiva, se poda, a veces se extrae de él una caja de frutas y se lleva a vender al mercado, pero el borrador sigue ahí, tan campante. El libro no: el libro siempre se va a parecer a sí mismo, lo que permite el milagro de la relectura, en el cual el libro se ofrece diferente porque el lector ya es diferente. En mi práctica me veo enfrentándome día a día a una misma parcela de borradores que simplemente se renueva según las estaciones del día. La mente funciona como un cielo, a veces despejado, a veces tormentoso. A mí también me parecen chocantes estas metáforas agropecuarias, pero provengo de una familia de campesinos, y aunque nunca he sembrado ni siquiera una maceta de cilantro me siento más atraído por los ritmos de la tierra que por los de la máquina.

Miento, como siempre. Pronto publicaré un librito de ensayos titulado La maquinaria de la escritura donde me refiero a ese proceso diario de programar cuartillas y cuartillas obedeciendo a distintos intereses: el libro de sueños, el diario íntimo, los poemas, los avances de novela, el ghostwriting, y el escritor en el centro de la pista, viendo desfilar frente a él a los payasos y a los leones.

Borrador: esbozo, tentativa, tanteo, gestación, improvisación. 

Me gusta el borrador, en fin, porque permite precisamente ese tipo de "infidelidades", de cambios o virajes de opinión: ese librito tiene dos años "abandonado" y está bien como está; hace dos años pensaba eso, o me sentía así, como un malabarista de deadlines, pero hoy escribiría una cosa completamente distinta: una entrada en mi blog, por ejemplo. Algo que nadie ha pedido y que nadie espera. Sin problema de género o clasificación, sin etiqueta ni lugar en el anaquel de ninguna parte, un pedazo de escritura fortuito y alegre, como un paseo o como una ejecución pública vista desde los ojos de un niño.

Borrador: lo interminable e interminado, lo que avanza a medida que se borra, lo que no tiene forma sino hasta que adquiere una, como el deseo mismo a secas, o como el deseo de escribir, al cual todos los demás deseos se supeditan.